Erase una vez...
Con todo mi cariño, para
todos los niños y niñas del mundo. Y en
especial, para mi hijo Jesús, con todo mi amor.
OSCURA FORASTERA
En el espacio exterior, lejos de la Tierra, a
muchos años luz de distancia, explotó una supernova.
Os diré, que una
supernova, es una gran estrella de la que al explotar se forman millones de
estrellas más pequeñas. Todas, tenían la misión de iluminar el universo, de
crear nuevas constelaciones. Incluso alguna de ellas, llegarían a crecer tanto…
tanto, que se harían tan grandes como nuestro Sol. Iluminando y dando así,
calor a otros planetas en otras galaxias.
Pues bien, una de esas
estrellas, tenía una gran misión que cumplir aquí en la Tierra.
Era una estrella muy
joven y no lo sabía. Y como juguetona e inquieta, quiso curiosear por el
universo.
Después de pasar a gran
velocidad varias galaxias, decidió visitar “la vía láctea”, nuestra galaxia.
Se encontró con el
planeta Plutón.
<<¡Que oscuro es
este planeta!>> —Pensó— <<Voy a acercarme más, quizá con mí luz se
alegre un poco>> Se dijo avanzando hacia Plutón.
— ¡Aparta! —Exclamó— ¿Qué haces? —Preguntó Plutón.
—Darte luz, —le respondía
acercándose más—. Hola ¿Qué tal?
— ¡Quieres irte!, no
necesito tu luz, yo soy así ¡Vete! —Le
regaño.
—Pero... es que estás
tan oscuro y triste —Dijo la estrella.
—No importa, ve a
molestar a otro a... Neptuno. Estoy muy bien así.
Plutón siempre había
sido algo gruñón, pero ahora estaba enfadado, pues le llegó la noticia de que,
por su tamaño, ya no era un planeta.
Aunque él era más pequeño que los otros, siempre, se consideraría un planeta igual que los demás.
Aunque él era más pequeño que los otros, siempre, se consideraría un planeta igual que los demás.
La estrella se alejó más
y más, triste, porque Plutón no quería su luz.
Siguió su camino hacia
Neptuno. Cuando llegó, se encontró con una de sus seis lunas, la más grande,
Tritón.
— ¿Adónde vas? —Le gritó
esta.
— ¡A Neptuno! —Respondió
la estrella sorprendida.
—Neptuno no necesita
estrellas, ya tiene seis lunas, ¿no lo ves? Yo soy la mayor, además, tú aún
eres muy pequeña —Se mofó Tritón.
— ¿Eso qué tiene de
malo? Quiero conocerlo todo —Replicó la estrella.
—Vete a Urano, él tiene
quince lunas, pero sus anillos son negros, quizá, él quiera tu luz —Le
recomendó.
—Está bien… dile a
Neptuno que estuve aquí —Habló en tono condescendiente.
La estrella se marchó. Si
en dos planetas no querían su luz peor para ellos.
Urano es un planeta
azul, frío como Neptuno y Plutón.
Cuando por fin llegó a
estar cerca de él, le dijo:
— ¡Hola! Soy una
estrella. ¿Dejas que ilumine tus anillos negros? —Le preguntó con cautela.
— ¡No! —Exclamó éste—.
Gasta tu luz en otro planeta —Respondió Urano.
— ¿Por qué? —Refunfuñó
la estrella.
— ¿No ves que soy azul?
Mis amillos negros contrastan con mi color —Le dijo presumido.
—Un poco de luz no les
vendría mal —Le insistió.
—Me gustan así, ¿por qué
no te vas a Saturno? —Aconsejó.
—Desde aquí veo que
también tiene anillos —Contestó la estrella.
—Sí, pero ten cuidado es
muy susceptible, sus anillos son muy fríos —Añadió Urano.
—Entonces iré, se ve tan
grande... —Comentaba la estrella.
Llegó a Saturno, sus
anillos giraban alrededor de él como una espiral.
Como no se atrevía a
acercarse, por miedo a ser sorprendida de nuevo. Júpiter le dijo:
—Déjale pequeña es muy
gruñón —Habló amable.
—Yo no soy gruñón,
Júpiter —Replicó Saturno.
—Pues, todos lo dicen.
¿Verdad estrella? —Le preguntó Júpiter.
—Bueno... sí, Urano lo
dijo también —Confesó la estrella moviéndose de un lado para otro.
— ¿Y tú qué quieres? —Le
gritó Saturno enfadado.
—Pasaba por aquí y
pensé, que quizá... querrías mi luz —Contestó.
Júpiter y Saturno
empezaron a reírse “Ja, ja, ja, ja”.
—Pero, ¿te has visto?
Eres tan pequeña que te apagarías en un ¡pispas! —Reía Saturno.
—Vete a Marte y ten
cuidado con el cinturón de asteroides —Añadió Júpiter.
—No creo que corra
peligro, con lo pequeña que es pasará sin problemas ¡JA, JA, JA! —Rio Saturno.
La estrella se alejó
lentamente, oyendo la risa de los dos planetas. Se sentía contrariada, pues
según pasaba de un planeta a otro su tamaño iba aumentado, como si cumpliera
años. Así, para cuando llegara a Marte ya tendría seis años.
Llegó al planeta rojo
sin ningún problema; se dio cuenta que a lo lejos había una luz tremenda.
—Hola Marte, ¿quieres
que me quede contigo? —Pregunto la estrella algo confiada.
—Me vendría bien tu
compañía, pero tu misión es otra, aquí no debes quedarte —Le respondió amable.
— ¿Por qué?, a mí me
gusta tu color rojo, —titiló alegre—. ¿Qué misión debo cumplir? —Preguntó
interesada.
—Venus sabe más que yo,
aunque como es tan presumido, quizá no quiera contártelo. Ve a saludarle y
adúlale —Aconsejó Marte.
— ¿Y qué le digo? —Preguntó
la estrella.
—Dile… que es planeta más
bello, el más hermoso, cosas así —Contestó.
—Vale, gracias, volveré
a verte —Se despidió alegre.
Sin decir más, se fue a
visitar a Venus.
Éste estaba admirándose
de su hermosura, que en realidad no es tanta, pues está calcinado por el calor
del Sol. La estrella se acercó y notó su calor.
— ¿Venus?... —Susurró la
estrella.
— ¿Qué quieres? —Respondió
éste.
—He venido a verte, ¡vaya!,
eres hermoso en verdad —Le dijo la estrella.
—Gracias pequeña, pocos
aprecian mi belleza —Alardeó Venus.
—Es cierto, pero yo te
veo hermoso y bello, rodeado de tanta luz, —le aduló acercándose más a él—,
Marte me ha dicho que tengo una misión que cumplir, ¿tú podrías ayudarme a
saber cuál es?
— ¿Yo? Mercurio quizá.
Él siempre está enterado de todo. Además, no puedo seguir perdiendo el tiempo
contigo, debo seguir con mis órbitas —Se alejó de la estrella.
— ¡Pues vaya educación!
—Se quejó la estrella—, espero que Mercurio sea más modesto.
Mercurio está muy, muy
cerca del Sol, parecía que ardía. La estrella al verle se asustó un poco, pero
le sorprendió ver que la luz tan tremenda era otra estrella, la más grande que jamás
había visto, el Sol.
— ¡Madre mía, eres
enorme!, ¡cuánta luz! —Dijo con admiración.
—Es el Sol —Señaló
Mercurio.
— ¡El Sol! —Exclamó—. ¡Hola
Sol! —Le gritó.
La estrella titilaba muy
contenta, mientras su luz crecía y crecía, también su calor.
—Escucha pequeña, —le
dijo Mercurio llamando su atención—, debes ir a la Tierra y quedarte allí.
— ¿Por qué? —Gruño ésta—,
quiero estar al lado del Sol.
—Lo sé, pero es en la
Tierra donde debes cumplir tu misión, —respondió—. Allí, va a ocurrir algo
maravilloso y tú debes darles tu luz.
—Está bien… iré. ¿Pero
qué debo iluminar? —Preguntó curiosa.
—Lo sabrás cuando
llegues, allí te espera la Osa Mayor —Le dijo.
— ¿La Osa Mayor? ¡Qué
bien! —Titiló—, muchas gracias Mercurio.
Sin decir más, se acercó
a la Tierra, la Osa Mayor le indicó dónde debía parar. Desde el cielo vio otra
luz y se acercó más a la Tierra.
Al ver lo que ocurría,
se quedó sorprendida y maravillada. Vio el nacimiento de un niño.
Una estrella cercana le
contó:
—Es el nacimiento del
Hijo de Dios —Comentó.
— ¿De Dios? —Preguntó
sorprendida.
—Sí, estábamos seguros
que tu luz sería la única capaz de iluminar el camino hacia Él, pues de entre
todas las estrellas, tú, eres la más inocente y pura, pues has querido dar luz
a otros planetas. A pesar de ser pequeña, no has cejado en tu empeño de
iluminar y de regalar tu luz a los demás. Por eso, eres la elegida. —Le
respondió ésta.
—Es tan bonito, ¡pero
mirad como le adoran! Es un niñito precioso —Con admiración la estrella acercó
más.
—Sí. —Afirmó la Tierra,
orgullosa por el evento—, es nuestro Salvador pequeña, dale toda tu luz. Sigue
iluminando el camino, para que todos vengan a adorar al Hijo de Dios, que ha nacido
en un pesebre. Él será el Rey de los hombres, y a ti, te llamarán la Estrella
de Belén.
— ¿Estrella de Belén? ¡Sí!,
me gusta ¡Belén!
La estrella brillaba con
toda su intensidad, iluminado el portal de Belén, haciendo sonreír al Niño
Jesús con su manera de brincar y titilar.
Y, colorín colorado,
éste cuento se ha acabado.
OSCURA FORASTERA
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