A MI ETERNO


Me arrodillo ante vuestra presencia.
Con la cabeza baja y la mirada clavada en el suelo.
Alzo mis manos hacía ti,
mostrando mis venas abiertas,
apretando los puños dejando brotar mi néctar vital.
Te ofrezco mi sangre,
calmad vuestra sed.
¡Bebed mí Príncipe!
Y, si os complace, osaré rogaros.
Y, si soy digna para vos,
dadme el efluvio mortal de tus labios,
dadme la vida eterna.
¡Tomadme mí Señor!
¡Soy vuestra!

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